Carl Jung, fundador de la Escuela de la Psicología Profunda ,
afirmaba: “Hasta que hagas consciente tu subconsciente, éste dirigirá tu vida y
lo llamarás destino”.
¿Alguna vez te has preguntado por qué repetimos nuestros errores con
machacona insistencia? Si observas detenidamente a tu alrededor, descubrirás
con qué prolijidad solemos toparnos una y otra vez con la misma situación
indeseada:
v Que nos equivocamos al elegir pareja; ahí
vamos como quien juega a la gallina ciega, directamente a los brazos de nuestro
siguiente verdugo…
v Que tenemos relaciones familiares poco
agradables: ahí nos encontramos domingo tras domingo aguantando los dardos
envenenados de un cuñado que nos considera idiotas.
v Que nuestra economía no fluye, nos convertimos
en expertos “rascadores” de bolsillo para descubrir, con horror, que éstos se
encuentran agujereados y que nuestras tarjetas de crédito se niegan tozudamente
a cooperar.
Y así podríamos seguir hasta el infinito, encontrándonos en situaciones
que oscilan del drama al disparate, prisioneros de una especie de noria que
termina por transformarse en eso que llamamos “destino”.
Pero, ¿qué es lo que nos lleva a este juego malévolo que llega a
agriarnos la vida? Dado que deseamos cambiar, o por lo menos modificar nuestro
comportamiento, nos proponemos concienzudamente enmendar el rumbo de nuestra
existencia, y así, en ese ánimo nos llenamos de buenas intenciones aplicándonos
las mejores técnicas anti-repetición de errores; cumplimos con razonable
disciplina con nuestro compromiso de hacer lo necesario, y durante un tiempo
todo parece ir sobre ruedas…
¡Albricias, albricias!, esta vez lo hemos logrado, nos alegramos con
auténtica y muy justificada convicción, y cuando menos lo esperamos, ¡zas!, la
temida pauta está instalada otra vez en nuestra vida. Pero, ¿qué ha hecho que
diluyan nuestras más loables intenciones? Como veremos más adelante, órdenes
contradictorias, indicaciones poco claras que obstruyen el paso a esas loables
intenciones, nos catapultan a la temida PAUTA REPETIDA.
Afortunadamente, la maravillosa fuerza cósmica, divina, inteligente, da
igual cómo la llames, siempre y de modo inmutable está ahí para asistirnos:
Sólo hay que saber primero que existe, y luego cómo acercarnos a ella para
atraer a nuestra vida aquello que necesitamos: No falla.
Estamos hablando, como no, de la LEY
DE LA ATRACCIÓN. Un
principio eterno, inmutable como la ley de la gravedad que al igual que ésta,
obra sin rencor y sin piedad.
Como nos dice WAYNE DYER en su inigualable libro “El Poder de la Intención ”: Reflexiona sobre la idea de una fuerza
infinita, suprema, que reproduce lo que tú deseas. Esta fuerza es la Fuerza Creativa del Universo,
responsable de que todo empiece a definirse…
Entonces ¡por qué! -nos preguntamos- si todo es así de bello y
perfecto, nuestra vida no termina de funcionar; por qué las cosas no se definen
como asegura el amigo Dyer…
Dicen que no hay dolor más grande para el ser humano que el dolor de
una idea nueva, y creo que por ahí tendríamos una pista. ¿No te ha sucedido
alguna vez encontrarte defendiéndote frenéticamente de una idea nueva que te
deja KO; una idea que preferirías no haber conocido porque un susurro, ahí, en
el fondo insobornable del alma te dice que es cierta? A mí, sí.
Me ha sucedido. Y como la mayoría, he sentido que de ser cierta la
dichosa idea, desmontaría toda una estructura interior que ha venido siendo nuestra
brújula, nuestro soporte interior, o sea, nuestro Sistema de Creencias. Soporte
que, además, solemos utilizar como pretexto para demostrarnos a nosotros mismos
que lo nuestro es diferente; que somos así sin remedio; que nuestro caso es
único; que hemos heredado ese rasgo de la bisabuela Paquita; que el factor
genético determina nuestro carácter, etc., etc., etc.
Personalmente sugiero antes que nada, revisar nuestro sistema de
creencias para hacerlas armonizar con nuestros deseos y dar paso a esa
maravillosa Fuerza capaz de cambiar nuestro destino.
El paso siguiente para que esa Fuerza, que lo es todo, nos sea
propicia, es tener muy claro aquello que deseamos. Esto que parece una
perogrullada, no lo es en absoluto. Es bastante común que no sepamos con
claridad lo que deseamos, o que tengamos tan sólo una vaga idea de lo que nos
gustaría atraer.
Es por eso -como comentaba en un párrafo anterior- que entregamos
indicaciones confusas, órdenes contradictorias, pues no sabemos con certeza lo
que deseamos; cambiamos de idea con demasiada frecuencia; nos olvidamos de insistir,
etc. Y al caer en esos comportamientos, no realizamos nuestro “encargo” con la Fuerza , la claridad y la
pasión necesarias para poder atraer a nuestra vida ESO que sin lugar para la
duda, ES LO QUE DESEAMOS QUE SUCEDA.
Es preciso alinearnos con la
Ley de la
Atracción , siguiendo pautas como las ya citadas, entre otras
muchas, que acortarán la distancia entre nuestra propuesta de conseguir ESO y
la consecución de eso mismo. En algún lugar leí: “La Ley
de la Atracción
es evidente alrededor tuyo por todas partes. El que habla de enfermedades es el
que más las padece. El que habla de prosperidad es el que la posee…”
¿Has observado alguna vez los temas de conversación que se tratan en
reuniones de amigos de trabajo y otros? Quejicas, ganadores, bromistas,
perdedores, etc., se reúnen en grupitos para hablar de lo “suyo”.
¿Te sorprende
eso ahora que vas aceptando, conociendo, más
Es de vital importancia saber que los pensamientos que nos permitimos y
las emociones –sobre todo éstas– que nos producen dichos pensamientos, actúan
como imanes y tienen el poder de atraer hacia nosotros aquello en lo que
pensamos con más frecuencia. ¿Y qué es lo que pensamos con más frecuencia? Pues
aquello en lo que creemos en profundidad, consciente o inconscientemente. Es
decir, aquello que brota de nuestro sistema de creencias.
En su estupendo libro “Éxito Cuántico”, Sandra Anne Tylor asegura de
modo contundente: “Las leyes del
magnetismo y la manifestación son muy claras: solemos pensar que obtendremos
aquello que queremos, deseamos o esperamos. Pero no es así: Obtenemos aquello
en lo que CREEMOS. No hay variación alguna en esta verdad. Nuestras creencias
son el combustible de motor cósmico, nuestra máquina de manifestación”.
Una eficaz y sencilla manera de empezar a crear hábitos propicios para
activar la Ley de
Atracción, es algo tan de andar por casa como lo siguiente: detente unos pocos
momentos una o dos veces al día; observa detenidamente lo que estás pensando o
sintiendo, y pregúntate: ¿Realmente quiero atraer esto en mi vida?
Si la respuesta es SÍ, continúa con lo tuyo: vas por buen camino.
Si la respuesta es NO, como suele suceder, cierra los ojos por unos
pocos segundos, céntrate en tu respiración; luego piensa y siente por unos
segundos en lo que SÍ te gustaría atraer. Centra tu atención en aquello que
anhelas… ¿Ya lo tienes? Bien, ahora imagina que lo envuelves en una burbuja de
luz y lánzalo al Universo.
Funciona. Además comprobarás que te quedas relajado, sereno y con las
pilas cargadas. Es una pasada.
Reconozco haberme sentido abrumada y desconcertada alguna vez al
observar lo que estaba atrayendo a mi existencia.
Recuerdo haberme preguntado qué clase de creencias ocultas me llevaban
a atraer situaciones indeseadas, incomprensibles. Y recuerdo también haberme planteado
seriamente la necesidad de revisar mi manera de interpretar la vida. Recuerdo
haber buceado hasta comprender y aceptar sin cortapisas que la
Gran Verdad que existe detrás de lo que
percibimos, es que somos parte de un Todo indivisible; de un Todo interconectado
a través del cual, y de modo inevitable, incluimos los unos en los otros.
Comprendí que nos habita el Poder fabuloso de atraer todo aquello en lo
que centramos nuestra atención, y que al igual que la ley de la gravedad, la Ley de la Atracción es una ley que
obra con nuestro consentimiento o sin él, atraemos a nuestra vida de modo
ininterrumpido cosas, personas, circunstancias… Comprendí que no es que Dios
(da igual si le llamas fuerza, energía, Tao, etc.) está en todas partes sino
que todas partes están en Dios.
Al hacerme realmente consciente de estas Verdades, recuerdo haberme
sentido pequeña, inmensa, desbordada, agradecida, y al cerrar los ojos me vino
a la memoria una frase del Curso de Milagros que dice algo así como: Gracias
Padre porque las cosas son como tú las has hecho y no como yo creía. Qué gran
verdad.
Marcela Romero Osores