Culpa es
esperar un castigo sintiéndose impotente para evitarlo. Es un sentimiento
inconsciente, y la mayor parte de las veces en forma consciente cooperamos para
afianzar o incrementar ese miedo.
Nos sentimos culpables porque advertimos
que hicimos algo mal o creemos que hicimos algo mal. Es el sentimiento
generalizado que nos embarga ante la toma de conciencia de nuestras faltas,
errores o pecados.
Herminio Castellá solía decir que cuando cometemos
un error, estamos tomando un camino equivocado que no nos conduce a dónde
queremos ir. Si tomamos conciencia de ello, podemos corregir el error y volver
a emprender el camino y esto, decía él, tendría que llenarnos de alegría ya que
hemos aprendido algo valioso que nos permite crecer y mejorar. Al asumir el
error como lo que realmente es y hacernos responsables de sus consecuencias,
conservamos nuestra dignidad como seres humano y nos elevamos.
En el caso de que nuestro acto haya sido
realmente malo, de nada sirve sentirnos culpables ya que con ello no corregimos
el error que cometimos contra nosotros mismos y los demás; con la culpa
marcamos negativamente este acto, nos empobrecemos, con lo cual nos
perjudicamos a nosotros mismos y a los demás en mayor medida que si no
tuviéramos culpa.
Ante una equivocación puedo proceder con
culpa o arrepentimiento; una cosa no sigue a la otra, sino que una anula la
otra. Tanto en la culpa como en el arrepentimiento hay un reconocimiento del
error, pero mientras que con la culpa me anulo y me empobrezco como ser humano,
en el arrepentimiento aprendo del error
y, en lugar de sufrir elijo sentir alegría.
Cuando tomo conciencia de mi proceder y me
arrepiento verdaderamente, pongo el acento en el otro, el prójimo que se ha
visto perjudicado por mí obrar, me preocupo por remediar la falta
caritativamente. La culpa, por contraste, es un sentimiento egoísta en el cual
no puedo apartar la vista de mi actuar y sentir, y donde la consideración por
el otro aparece sólo por miedo al castigo del que creo seré víctima. No es el
amor a mí mismo y al prójimo lo que mueve mi sentir, sino el miedo y mi
desvalorización.
Herminio Castellá decía que la culpa era un
acto de soberbia, porque el ser humano siente que su obrar ha sido tan nefasto
que no merece perdón de nadie, mucho menos de Dios o del Universo o de la
Energía (como lo quieras llamar), lo cual implica (aunque el sujeto no se dé
cuanta) una actitud de ponerse en el lugar de Dios o del Universo o de la
Energía para determinar qué actos merecen perdón.
Proceder desde la culpa es un proceder irresponsable,
ya que la culpa, aunque parezca lo contrario, es una falta de responsabilidad.
La palabra responsabilidad deriva de responder, es asumir lo que hago, esté bien
o mal.
En lo que atañe más específicamente al plan
de vida, si una antepasado, de nuestra línea materna de ascendencia, cometió un
error (una falta o un pecado, según como se lo mire) y se sintió culpable por
ello, este sentirse culpable fue su error más grave, ya que no sólo se
perjudicó a ella misma, perturbando la posibilidad de un claro arrepentimiento
y corrección del error y sus consecuencias, sino que también grabó en sí misma,
en su propio inconsciente, ese sentimiento de culpa ante esa situación,
transmitiéndoselo a sus descendientes a través de la cadena materno-filial del
programa de vida. Nos llegan a nosotros estos sentimientos de culpa de nuestros
ancestros (entre muchas otras cosas).
Puede haber
incluso una potenciación generalizada de la culpa donde un ancestral se siente
culpable ante un hecho, a una descendiente le ocurre lo mismo y se siente más
culpable, y así sucesivamente, estableciéndose un entrenamiento y potenciación
de la culpa a través de generaciones. Este entrenamiento ha sido promovido por
nuestra cultura, que ha inculcado el aprendizaje del bien a través de una
condena para reforzar la evitación del mal, con lo cual no se logra que las personas amen hacer el bien
por verdadero amor al prójimo y a
Dios, sino que eviten hacer el mal para no sufrir.
Cuando no lo
logran, cosa que sucede a menudo ya que la vida es un constante aprendizaje en el cual el error juega un papel
importantísimo, se tiende a sentir ante todo miedo, pánico porque se
cree que uno no merece sentirse bien por el mal que ha hecho y además que, enseguida sobrevendrá una sanción dolorosa
como represalia. La espera del castigo
provoca tal angustia que para evitarla necesitamos sufrir y para ello nos
castigamos de alguna forma.
Hay toda una cultura de la culpa y el dolor
(que proviene de esas sanciones y condenas con las cuales se pretendía reforzar
las conductas esperadas); según esta información que tenemos grabada, el dolor
nos quita culpa, la impotencia para evitar la condena es peor que el castigo
mismo, por lo tanto si sentimos algún dolor, nos aliviamos.
Podemos sentirnos culpables
inconscientemente por una infinidad de cosas, puntuales o genéricas. Por
ejemplo, puedo sentir culpa por comer una golosina, y que la causa se remonte a
lo que sintió algún ancestral que fue castigado por comer una golosina. Pero lo
más común es que la culpa provenga de situaciones no exactamente similares y
que sea algo más general; en este caso, el castigo por comer una golosina, se
transmite y recibe como culpa por comer algo rico, y más general aún, como
culpa de gozar.
Sería muy grande la lista de las
situaciones por las que nos podamos sentir culpables, las más generalizadas
entre nosotros podrían ser: por decidir, por gozar, por valorarnos, por
progresar, por tener riqueza, por actuar, por no actuar, etc. Todas ellas
situaciones en las que ni siquiera hemos cometido un error, pero que estuvieron
asociadas a algún mal proceder que trajo aparejado un gran sufrimiento en
alguna antepasada.
Por lo general existe una relación entre
gozar, decidir y valorarse, esto es lo que el doctor Herminio Castellá definió
como trilogía de culpa. Esta relación fuertemente grabada en nuestro
inconsciente proviene de situaciones en que estos tres factores están presentes
y se da específicamente por una culpa de origen sexual. Si alguna antepasada
nuestra cometió una falta en lo sexual, y se sintió culpable de ello, en primer
lugar, para cometerla tuvo que tomar una decisión, también lo hizo para
valorarse y gozó sexualmente. La culpa posterior provoca miedo a tomar
decisiones, desvalorización y miedo o incapacidad de gozar.
La culpa es un sentimiento que favorece la
enfermedad, si nos sentimos culpables inconscientemente de la acción del algún
órgano del cuerpo, tendemos a enfermarlo. Por ejemplo: si una antepasada se
sintió culpable ante una caricia mamaria, luego de un entrenamiento inconsciente,
una descendiente que también se sienta culpable, puede enfermar sus mamas de
alguna forma. Una enfermedad que está asociada con un fuerte sentimiento de
culpa a través de varias generaciones es el cáncer.
El sentimiento opuesto a la culpa es el del
orgullo sano de uno mismo, el orgullo afianza nuestra salud.
La culpa nos
deprime, nos enferma y anula en todos los aspectos. Siempre nos tenemos que
sentir merecedores de lo que somos, de lo que tenemos o queremos tener, en
todos los aspectos y estar orgullosos de ello.
Todos en mayor medida tenemos culpa de algo
en términos generales. Tal vez el origen de la culpa sea muy remoto, y vaya
cambiando de forma a lo largo de la historia. Si en una sociedad primitiva, una
persona cometía un acto antisocial, probablemente la mejor forma de que ni él
ni otro lo volviese a cometer era castigándolo y la cultura inconsciente lo va
marcando como miedo a ese castigo si se comete una falta., como se le enseña a
un animal doméstico a hacer determinadas cosas. Luego la sociedad a lo largo de
la historia lo va haciendo más sofisticado.
La culpa es un sentimiento equivocado, el
ser humano debe obrar el bien por lo bueno que es hacer el bien, y eso es la
libertad.
Pedro A.
Galeazzi
Trabajo de
reflexión en base a conferencias del doctor Herminio Castellá
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